Descendimiento de la cruz

DESCENDIMIENTO DE CRISTO (2012)

Ahora la chusma se ha disuelto. Sólo quedan junto ala Cruz, su madre, María de Cleofás y María Magdalena; Juan y José de Arimatea con sus hombres para dar sepultura al cuerpo del Redentor. Esperan la orden de Pilatos para bajarlo y darle sepultura. El tiempo es breve porque ha de ser enterrado antes del anochecer. Y en el silencio, roto por el sollozo de un pecho que se quiebra de mujer… de madre sólo se percibe la voz de una conciencia. La conciencia de un testigo…

«Cuando llegué al Calvario estabas ya alzado como bandera derrotada.. Ahí estaba, clavada tu humanidad divina… Te vi como si fueras uno de los corderos sacrificados en aquellos días de Pascua…Vi tus ojos vidriosos por la fiebre… Y  un temblor… Un deseo de descanso… Ansiabas que todo acabase cuanto antes…

Se terminaba ya tu suplicio, Nazareno… un suplicio cruento…Aguanta, te decía, porque tu espíritu ahora encarcelado en este despojo, volará libre como paloma de nieve…

Y un clamor de carcajadas y de insultos se cernió en el Gólgota. ¿Habrá mayor escarnio y vilipendio? Aún resuenan en el aire aquellas palabras de la chusma»

—¡Si de veras eres el Hijo de Dios, baja de la cruz! ¿No eres tú el Cristo? Pues sálvate a ti mismo y a nosotros contigo.

Tu respuesta… el silencio. Callas y piensas… aunque el tormento de la fiebre que te abrasa no es más atroz que la burla de aquellos ignorantes. Tantos insultos no merecen de ti ni siquiera una mirada. Pero tu boca sólo se abrió para el perdón.

—Perdónales, Padre. No saben lo que dicen. No comprenden lo que está sucediendo. No tienen ellos la culpa, sino la humanidad entera. Ni entienden la obra redentora que he de cumplir.

«Siempre fuiste así y el dolor  de tu cuerpo desgarrado, ahora lo transformas en ternura hacia tus propios carniceros. Te sobran fuerzas para perdonar a tus enemigos. Aquellas palabras tuyas te salieron de la boca como un canto de victoria.

Pero en aquel desamparo, entre tanto consuelo, una voz vino a darte un poco de descanso. Y a los que allí estábamos se nos lleno el alma de alegre esperanza… Tu rostro, desfigurado por el dolor y el sufrimiento se llenó de bondad. El dolor…, se transformó en leve esperaza. Tu rostro desfigurado por el dolor y el sufrimiento se llenó de bondad. El dolor…, se transformó en leve esperanza. Porque el bueno de Dimas, un ladrón ajusticiado, fue el único que reconocía allí, en tu último trance, tu verdadero reinado… Te miró. Y se dirigió a ti con el corazón contrito».

—Esa voz. Este misterioso perdonador… Yo he cometido crímenes, pero éste que no ha hecho nada… y perdona… Si eres Jesús, acuérdate de mí, cuando estés en tu reino.

«Fue como si algo se revolviera en su interior… Un sosiego… un aliento en tu dolor apareció en tu cara… ¿recuerdas? Volviste tu rostro ensangrentado… Tus ojos se fijaron en sus ojos… Le miraste… Y se te vino a los labios tu condición de redentor… A nadie respondiste, pero a Dimas le miraste con dulzura… y lo llenaste de alegre esperanza».

—¡De verdad te digo que hoy estarás conmigo en el Paraíso ¡Sí!… ¡Pronto!… ¡Hoy mismo gozarás de mi reino!… porque tu fe te ha salvado.

«¡Que paz entró en Dimas, en medio de tanto dolor!… Y de nuevo, Nazareno, recordaste tu cabeza en el madero… Y el cielo, como un presagio de lo que se avecinaba, se fue oscureciendo de improviso. Un escuadrón de nubes negras cubrió el reluciente sol de Abril . Y hasta la hora nona hubo oscuridad en toda la región».

El crucificado se sentía abandonado. Los curiosos se han marchado, mientras las tinieblas se van apoderando del Calvario. Apartadas a un lado de la cruz sólo quedan María, ya Dolorosa, las mujeres y poco más. La multitud que reapiñaba en aquel lugar de suplicio no le permitía ver con claridad a los suyos. Son pocos los que le acompañan. De pronto, levanta su cabeza lentamente… Y con aquella visión borrosa de agonizante, mira a su madre y al discípulo Juan

«Tan concentrado estabas en tu dolor…, en el acto redentor de tu holocausto, que lo demás no te importaba… Ni siquiera tu madre… Porque era la hora suprema… La despedida. Recuerdas?… tu corazón latía herido ya de muerte… Era débil…, apagado…, el último aliento de un hijo para una madre abandonada, callada, dolorosa…, obediente a su cooperación redentora. ¡Cuántos recuerdos en tu mente perturbada.. ¿Tu vida pública?… Fueron tus últimas palabras como hijo… Te vi., como queriendo arreglar la soledad de tu madre… Una soledad ala que tenía, largo tiempo, por compañera… Fue tu testamento… nos dejante en herencia lo que te quedaba…. Tu madre… y te salió así de tu corazón herido de muerte».

—Madre. Ahí tienes a tu hijo. Juan, ahí tienes a tu madre. No te acongojes, mi discípulo cuidara de ti.

«Los rostros llorosos de los que estábamos allí se alzaron hacia la cruz… y sentimos el dardo de tu mirada. La mirada de unos ojos que le faltaban lágrimas… para poder llorar.

Recuerdo bien aquellos momentos Se fue relajando tu cuerpo… Llegada la hora de tu agonía… Tus labios… resecos. La sangre que habías perdido te resecaba el paladar ¡Agua!.,.. Pediste agua, como último deseo… como si fueras el medio del desierto… Y con una voz lejana…, llena de un triste lamento, que apenas salía de tu cuerpo, diste razón de tu condición humana».

—Tengo sed…Sí… Tengo sed…, me abrasa la garganta.

«Pero ni siquiera este consuelo te dimos en tu supremo trance… No te concedieron ni tu último deseo… agua. El único deseo de una vida que se apaga. Se acaba ya tu condición de hombre…, y yo sin poder aliviar tu garganta reseca…»

Había allí una jarra llena de agua y vinagre que usaban los soldados romanos; y para que se cumplieran las Escrituras, tomando un esponja empapada y clavándola en una caña, los soldados se le acercaron a la boca, pero él no quiso tomarla. Estaba amargo.

«Tu respuesta…el silencio… callas. Aquello fue para ti como una mofa ¿Qué pensabas?,,, En lugar de agua confortadora, vinagre… ¿Qué importaba ahora tu condición divina?… ¿Cómo pudiste aguantar tanta amargura?…Estaba ya vacío el cáliz de tu cuerpo… No te quedaba ya un soplo de vida… Te faltaba el oxígeno… Un latido más… Era el momento del último trance… Un poco más… Y todo lo habrás cumplido…

Me di cuenta porque no quité la vista de ti. Sabía que tocaba ya tu fin…que tu vida era un llama que se apagaría al menor aliento de aire… Tomaste con impulso la última bocanada de oxígeno que cabía en tus examines pulmones… Y un grito sobrecogió a todos los presentes. El eco de aquel grito llegó a todos los rincones del a Tierra. Y a los que allí estábamos nos destrozó el corazón».

—¡Padre en tus manos entrego mi espíritu!

Los soldados han presenciado la agonía de Jesús. Pero uno de ellos, dicen que se llama Longinos, como para descargo de su conciencia, echando manos a la lanza, diole un gran golpe en el costado y vio con maravilla que de la herida salía sangre y agua. Cuentan que en aquel momento, el soldado creyó en Jesús.

Y los allí presentes se dispusieron rápidamente a bajar el cuerpo  muerto de Jesús y darle sepultura.

Ahora ya está muerto, inmóvil, como todos los  muertos, sin alma su cuerpo. Una boca silenciosa. Un corazón que no palpita. Ahora cuando nada puede comprometerles salen n la noche los que no fueron capaces de salir antes en su defensa. José de Arimatea y Nicodemus, dos sanedritas, dos discípulos nocturnos, amansan su remordimiento y se ocuparon de darle sepultura.

Luego que bajaron al crucificado, fue depositado sobre las rodillas dela Dolorosa.

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